OBRA DETRÁS DE LA VIDRIERA

"DETRÁS DE LA VIDRIERA"
Premio "Apoyo a Iniciativas Comunitarias, artísticas y culturales"
otorgado por la Alcaldía Local de Santa Fe.

Han regresado a la escuela para toparse con una realidad de aulas derruidas, pupitres rotos, libros destrozados y compañeros a los que ya nunca volverán a ver. El regreso al colegio no sigue esta vez a unas vacaciones familiares, sino a la guerra y a una violencia que costará mucho dejar atrás, se pueden ver las marcas de las bombas en las paredes del colegio, no será fácil para los pequeños olvidar los gritos, el olor a pólvora, el miedo que ha atenazado a sus familias y sus vecinos, la mayoría están contentos de volver al colegio, de recuperar poco a poco sus vidas, pero llevan en sus ojos la pesadumbre de las malas noticias y el cansancio de semanas de horror.


La esperanza escasea en las palabras, a la memoria de aquellos niños que han muerto, que han sembrado su sangre inocente como ríos de llantos de dolor , convirtiéndose en un mar de voces de niños olvidados en la guerra, enterrados en fosas comunes, olvidados por las noticias , olvidados por aquellos que no quieren que se sepa de ellos, hay un mar de niños muertos, mutilados ...como cementerios olvidados que inundan la conciencia de todos aquellos que luchan y quieren un mundo sin guerra, sin muertos, sin hambre, hablar de la guerra en tiempos de paz y de bonanza podría parecer, incluso, indecoroso, como hablar de la miseria en tiempos de lujo y bienestar.

Todo discurso parece hueco, hipócrita, ineficaz cuando se dice recordar para no olvidar, recordar para reafirmar la voluntad del “nunca más”, pues algo dice que esta especie de recuerdo racional no impide que la barbarie vuelva por sus fueros.

Y sólo adquiere su rostro descarnado, de auténtica locura, de terror innecesario y gratuito, de maldito y desbocado caballo apocalíptico, de crimen masivo, de desgracia colectiva cuando es vista desde la mirada impotente, resignada, dolorida de las víctimas.

Y que nadie se engañe todos en la guerra son víctimas, salvo, tal vez, los que hacen de ello su negocio, sobre todo, los niños. No creo que haya mayor representación del espanto de la guerra que los millones de niños asesinados, deportados, mutilados, solos, absolutamente solos, abandonados al frío, al hambre, al sueño, a la metralla y las sirenas, y solos mirando, sobrecogidos de miedo, el espectáculo feroz, el carrusel vertiginoso de la muerte.

Detrás de la vidriera se ven las imágenes de niños cazados como alondras por las bombas de aviones bombarderos. Niños dormidos como trapos, esperando un tren a alguna parte, o en camino, en mitad de ningún sitio, con la manta al hombro, como hombres.


El verdadero rostro de la guerra. Sin miramiento. Sin disfraces, como sólo es capaz de presentarlo el que ha visto al viejo monstruo mirándole a la cara sin entender por qué aquí, por qué ahora, por qué a ellos y qué sentido tiene tanto miedo, tanta ruina, tanta muerte gratuita.

Y aviones, y aviones, y aviones, que ya no hay ni un solo pájaro, sólo aviones descargando sus bombas, y ambulancias, y trincheras, y aviones entre llamas y niños escapando, y colas de gente buscando la comida, y ambulancias, y aviones disparando.

Escenas de trenes, de niños, de maletas, y aviones, y trenes, y túneles, como cosa Freudiana de entrar en un mundo de sombras y de nada, en un agujero, como ratas, y coches, y autobuses y barcos atestados de gentes, y niños diminutos como aplastados contra el suelo en total desesperanza.

Y, en las calles, quizás por conjurar el espanto y los fantasmas, dibujaron sus sueños de locos que endulzan su vida con notas musicales , con guitarras, y nos dejaron la visión estremecida del conflicto con los ojos más puros, con la mirada más limpia, con el miedo todavía apretándoles las tripas, aunque también es verdad con el recuerdo de los días tranquilos del pasado, con la sensación de aseada protección de sus casas y la esperanza de la vuelta a los días soleados del campo y las cosechas tras la guerra.


Los niños de la guerra no tienen cuadernos, ni regalos para su padre el día de San José, ni rosas para el día de la madre, ellos como peces pegados al cristal de sus días se hurgan las cuencas de los ojos, porque ya no pueden enjugar ninguna lágrima, los niños de la guerra no saben de armas de destrucción masiva, no porque no hayan existido, sino porque para ellos la propia vida es un arma de destrucción masiva, con su corta vida juegan al lado del oleoducto, pero no entienden que lo que circula por las grandes tuberías custodiadas se encarezca gracias a su sufrimiento. Los niños de la guerra mirarían alelados la capacidad de sus verdugos para desconocer temas que hielan la sangre, desdecirse y cambiar argumentos de cabo a rabo dejando que sean Dios y la Historia quienes les juzguen.

A los niños de la guerra les sorprende que a la resistencia de un país invadido se le llame terrorismo y a los colaboracionistas demócratas. Los niños de la guerra sólo saben una cosa, sólo sienten una cosa: el odio que hará que en el futuro no se extinga la especie más triste y trágica: los propios niños.