OBRA: "NI AGUA, NI PESCADO"

“NI AGUA, NI PESCADO”
Dramaturgia y dirección: RAFAEL ACERO
“El camino es largo y escarpado, andando por trochas sus únicos alimentos son: el agua del río para la sed, nutriente que vivifica y recupera el alma, este mismo río los provee de pescado, que nutre su animo y les da fuerzas para seguir adelante, por el sendero que un día esperamos sea el camino de retorno".

SINOPSIS DE LA OBRA
El juego de los niños se confunde con el miedo de la guerra y el desplazamiento forzado en un conflicto, resulta difícil mirar estas figuras impunemente. No imagino que alguien pueda encogerse de hombros, volver la cabeza y alejarse silbando, ciego y ajeno como si nada. El maíz es el origen de todo, es el alimento sagrado que sostiene toda una raza, da la fuerza y energía tanto física como espiritual para luchar contra cualquier adversidad que el mundo presente ante sus pies.

Su territorio es el centro de un conflicto y han convertido su mundo sencillo en un mundo tan triste que hasta el arco iris sale en blanco y negro, y tan feo que los buitres que persiguen a los moribundos, vuelan de espaldas, ni la muerte es el descanso para las almas infelices.

Llego la hora irremediable de la partida, llevan consigo la angustia de ver este lugar que antes fue, que ya no es y que noche tras noche se oxida. Con su equipaje de tristezas, recuerdos y un puñado de harina, que recogen, intentan partir hacia algún lugar con destino desconocido; giran sobre su eje con la esperanza de soñar un nuevo mundo a sabiendas que por ello la muerte las persiga, pero, a pesar de todo, en su caminar cuentan su historia.

En su desplazamiento llevan consigo una boca, todavía no muerta, prendida al pico de una jarra. La jarra blanca, fulgurante es una teta. El cuello de este niño, este hombre, este viejo yace sobre la mano de alguien, el cuello todavía no muerto pero ya abandonado, no soporta el peso de la cabeza.

Ya el maíz no será su protección, ni su alimento, lejos en la infinita soledad del desplazamiento solo se encuentran los miedos y la añoranza por sus raíces, la mente es bombardeada por recuerdos infantiles que queman, pues son la realidad que una vez fue.

El dolor humano se refleja en múltiples imágenes. Al mismo tiempo, nos invita a celebrar la humana dignidad. Son de una franqueza brutal estas imágenes del hambre y la muerte y sin embargo tienen respeto y pudor. En medio de la oscuridad una madre busca los ojos de un niño, un niño que ve a la muerte y no quiere mirarla y no puede soltarse. La angustia de la madre se acrecienta en el tiempo y su búsqueda se va convirtiendo en la angustia infinita de no encontrarlo, la nostalgia la invade y la hace triste eternamente, cuenta de uno en uno, de diez en diez para que se haga corto el tiempo, su sufrimiento es etéreo en medio del espacio infinito, por eso se dedica a cocer muñecos de trapo negro que la mantienen en estado de ingravidez eternamente y le permiten comunicarse con el espíritu vagabundo de aquel hijo desaparecido y que regresa a su intimidad para burlarse de su dolor y percatarse que no lo ha olvidado.

Todas ellas plantadas en la soledad de cualquier lugar del mundo llevan a cuestas sus muertos y recuerdos, se resisten a olvidar y a ser olvidadas, se resisten a dejar sus raíces y sus muertos, aunque son peregrinas forzadas del dolor, van por el mundo contando cada una de sus heridas, son los testigos inocuos de cada una de las atrocidades generadas por la guerra, son errantes de un conflicto en el cual no tienen ni vos ni voto, las acompaña la muerte, victimaria insospechada guardada en cada uno de sus equipajes, irónicamente esta será la consumación exitosa de cada uno de sus sueños que también decidieron llevar en sus equipajes.
Esas mujeres que se arrastran contra el viento ¿son pájaros de alas rotas? Esos espantapájaros de brazos abiertos en la soledad ¿son mujeres?
Al final, solo una mujer semidesnuda, nos enseña que el dolor de vivir y la tragedia de morir esconden, adentro una magia poderosa, un luminoso misterio que redime la aventura humana en el mundo.